domingo, 21 de agosto de 2011

Viaje

Lágrimas transparentes caen de sus ojos y le impiden ver el paisaje. Tiene lo que durante mucho tiempo había pensado, erróneamente, necesitaba para ser feliz. Sin embargo, es uno de los días más tristes de su vida.

El chico que conduce frena el auto en la banquina, la abraza y le pregunta que le pasa. Ella nota el contacto físico pero el silencio la posee y la desolación la perturba. Sólo siente que está gravemente herida, herida, prácticamente, de muerte. Un gran vacío la invade. Un vacío asfixiante. La tensión de unos hilos de acero, que poco a poco había dejado que anudaran a su cuello, apenas resiste.

Durante los días posteriores, muchos de esos hilos se rompen y ella cae. Cae en oscuras profundidades donde hay poco oxígeno, pero ese poco es mucho para ella. Camina y camina por oscuros pasadizos subterráneos, sólo caminar la alivia.

Muy lentamente, camina cuesta arriba, llega a la superficie y empieza a extender los brazos pidiendo abrazos. Abrazos cálidos que comienza a sentir y que ayudan a que sus lágrimas fueran dejando de caer, y su vista nublada fuera recuperando su visión.

Y ve. Ve muchas cosas que no le gustan, ve muchas cosas que necesita cambiar. Y ve que está acompañada en su búsqueda de cambios, ve mucha gente valiosa que la rodea y la apoya. Y sigue viendo y sigue buscando.

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